A
pesar de haber miles de kilómetros de distancia se podría decir que la conexión
entre españoles e irlandeses es más grande de lo que a primera vista se puede
suponer. Quizá tenga que ver que ambos pueblos hayan forjado su Historia más
por sus derrotas que por sus victorias y que a pesar de eso, sean obstinados
para levantarse una y otra vez.
Lo
primero que llama la atención de Irlanda, y de Dublín en particular, es su
climatología la cual se podría definir como una efervescente adolescente que emocionalmente
pasa por todos los estados. En un mismo día se puede pasar del nostálgico otoño,
a la plenitud primaveral, al tímido verano o al húmedo invierno. Por tanto, es
conveniente llevar ropa que cubra toda esa variedad y estar preparado para
quitarse o ponerse capas como una cebolla, eso sin olvidar a un inseparable
compañero: el paraguas.
Quizá
Dublín no tenga un monumento especialmente significativo o relevante pero lo
que no se puede negar es que la ciudad rezuma arte, especialmente en el
apartado musical. Bien sea en los pubs (los cuales hay a patadas) donde la música
en directo es un elemento más, o bien en la calle, donde los artistas son
capaces de ofrecer un espectáculo de altísima calidad. No extraña que, con semejante
cantera, la nómina de músicos relevantes que ha dado este país sea tan
importante. Tampoco se puede olvidar la literatura irlandesa, prolija en géneros
y autores donde particularmente Dublín ha sido profundamente descrita.
En
cuanto a los monumentos estos no llaman la atención por ser una referencia en
su estilo sino más bien por su carácter reivindicativo. Entrar en la catedral
de San Patricio es adentrarse en la historia de este pueblo aguerrido. Las
referencias a batallas y militares que en ellas participaron son constantes
gracias a los estandartes, escudos, placas y sarcófagos que allí hay. Llega un
momento en que se puede sentir cierta saturación y que se puede llegar a pensar
que aquello más que una catedral es un parque temático de las mil y una
batallas a las que los irlandeses se enfrentaron. Pero no sólo se dedican las catedrales
o iglesias a la gloria de los héroes de guerra. También las personas más pudientes
de la sociedad irlandesa por un “módico” precio podían tener su pequeño lugar
en la Historia. El dinero es el dinero y el mantenimiento de esos templos caro,
así que a día de hoy todavía se aceptaban donativos.
Pero
dejemos atrás la Historia y fijémonos en pequeños detalles. Al igual que comentábamos
en Berlín, Dublín es una ciudad
eminentemente oscura. Las nubes predominan frente al sol por tanto, hay que
aprovechar los escasos rayos de sol que se pueden disfrutar al año. De ahí que
los grandes ventanales predominen en sus construcciones. Pero la falta de luz
no ensombrece el carácter de los dublineses. Suelen ser personas afables que
por menos de nada se lanzan a cantar, sobre todos si son guías turísticos-conductores.
¡Qué mejor manera de conocer la cultura y tradiciones de un país que a través
de sus canciones!
Y si
en Praga decíamos que la gente
estaba en forma porque, entre otras cosas, había que cruzar el semáforo con
celeridad, en Dublín para poder atravesar una avenida quizá sea necesario pedir
un café para amenizar la espera. Lo peor de todo es que tampoco se puede jugar
uno mucho el tipo cruzando en rojo porque aparecen vehículos por todas partes.
Como
país duramente golpeado por la crisis, los irlandeses intentan atraer el
consumo a través de Ofertas. Pero les
falta práctica en ese sentido. Será por falta de costumbre o porque las matemáticas
no son lo suyo, pero las promociones apenas suponen un ahorro como mucho de
unos 10 ó 20 céntimos. Quizá cosas como estas expliquen en parte el fenómeno
Ryanair.
Uno
de los productos típicos irlandeses, que no está en oferta dado que muchos turistas
lo reclaman por ser algo típico de allí, es el café irlandés. Antes de tomarlo
por primera vez, conviene tener en cuenta una recomendación: que se sirva
preferiblemente frío. Puede ser una recomendación extraña tratándose de un café,
pero tiene toda su lógica. Teniendo en cuenta que, la cantidad de whisky que
lleva el café irlandés no se mitiga por más que se eche terrones de azúcar, ya
sea blanquilla o morena, lo que hay que hacer es pedir un par de hielos, quizá
una Coca Cola y auto-convencerse que aquello es una copa de whisky con una
gotita de café.
En
definitiva, después de unos días allí, sobre todos cuando se vuelve a la
rutina, se acaba echando de menos no sólo los graznidos matutinos de las
gaviotas si no también ese componente bohemio de un país que, aunque golpeado
por enésima vez (en esta ocasión por la crisis económica), rezuma optimismo y
ganas de vivir, y en los tiempos que corren eso ya es mucho.
Comentarios
Justo al norte, entre las rocas lunares del Burren y frente a las tres islas de Aran, alguien había encontrado los versos, muy fragmentarios, de un antiquísimo poema en gaélico-andaluz. Palabras que aún parecen resonar entre las olas:
La S------ no va a m--- ni r---
y tampoco quería b------- a J-----.
Pero D----- puso los c------
encima de la m--- y ya lo arregló.
En fin, cada paso que das por Irlanda acaba siendo un paso hacia ti mismo. ¿No?