UNA POSTAL NO NAVIDEÑA

Como todas las tardes, Marino se disponía a cerrar su vieja mercería siguiendo la misma rutina que había cumplido durante los últimos cuarenta años, con la salvedad que desde hace ochos meses ya no le acompañaba en esa tarea su Angelita.
Desde ese fatídico mes de abril, siempre le hablaba de camino a casa en diálogos imaginarios donde las palabras se las llevaba el viento. A pesar de ello, se sentía reconfortado porque creía notar su presencia. Como si fuera un ritual, antes de llegar a su hogar, todos los días compraba una barra de pan. Aquellas interminables y animadas charlas en la panadería habían sido sustituidas por conversaciones protocolarias donde el vacío hablaba por sí solo.
Al abrir el buzón, vio que tenía correspondencia. Con cierta desgana abrió la misma, mayoritariamente publicidad y facturas. Pero entre ellas asomaba una postal. Le vino a la memoria que era época de escribir postales navideñas. A esa cita nunca faltaba Angelita, ya que era una manera que le permitía recobrar el contacto con antiguas amistades de las que no tenía conocimiento el resto del año. Marino se preguntaba qué sentido tenía escribir este año las postales, si ella ya no estaba y no había nada que celebrar. Le parecía un poco cínico desear felicidad cuando para él ese sentimiento se esfumo cuando se marchó su mujer.
Sostuvo durante un momento la postal recibida. No era la típica postal navideña dado que aparecía una foto de la Plaza Mayor de Salamanca. Aquella fotografía le hizo rememorar su luna de miel en la cual Angelita y él recorrieron Salamanca, Aveiro y Oporto. En aquellos tiempos la alegría y las ganas de vivir lo inundaban todo. En la capital del Tormes aún recordaba la promesa que le hizo a Angelita en el Huerto de Calixto y Melibea. Le prometió que nunca la abandonaría. Casualidades de la vida, fue ella la que le abandonó prematuramente.
Le dio la vuelta a la postal y el nombre del remitente le dejó muy sorprendido: “Pequeño tesoro de cabello de ébano”. Leer aquello le sobresaltó. Era uno de los calificativos que le solía dedicar a su esposa cuando era joven y su cabello aún no había tornado a grisáceo. En el texto de la postal ponía “No faltes a la cita en el banco frente al puerto marítimo, como todos los 22 de diciembre”. Marino se sobresaltó aún más. Todos los años, tras comprobar que no habían sido afortunados en el sorteo de Navidad, Angelita y él se reunían en ese banco y, lanzando al viento el décimo no premiado, formulaban un deseo para el año venidero.
Desgraciadamente este año tampoco los niños de San Ildefonso habían repartido suerte en la casa de Marino. Así que, no sin muchas dudas por si acaso todo aquello de la postal se tratase de una broma de mal gusto, se encaminó al banco del puerto marítimo. Allí se sentó en el lugar que tantas veces había compartido con Angelita. Estuvo sólo, pero en paz consigo mismo, reconfortado a pesar de la ausencia. Llevó a cabo la tradición y dejó volar el décimo no premiado. Una leve sonrisa esbozó su rostro. Cuando se disponía a levantarse una mujer preguntó por él. Marino, extrañado, se identificó. Ella también lo hizo. Le dijo que era la enfermera que cuidó a Angelita cuando ésta ingresó en el hospital (por desgracia para ya no salir) víctima del Covid19. Lo que peor llevó Marino de la pérdida de Angelita fue no haberse podido despedir de ella en persona. La enfermera le entregó una carta y se marchó, no sin antes decirle que, aunque con retraso, a veces los deseos se cumplen. Marino abrió la carta y leyó lo siguiente: “La vida es un camino maravilloso donde nunca sabes cuál va a ser el destino. Éste siempre llegará antes de lo esperado porque sientes que aún queda viaje por disfrutar. En ese sentido yo me voy tranquila. Creo que gocé más de lo que podría imaginar, soñé más de lo que podría haber esperado y, sobre todo, encontré al mejor acompañante que podía haber tenido. Te quiero, Angelita”. Marino cerró la carta y se secó las lágrimas mientras esgrimía una sonrisa de satisfacción. Al final su Angelita y él habían podido despedirse.
*Relato finalista del Concurso de Cuentos de Navidad 2020 de Alumni CEF- UDIMA

Comentarios

Letilasa ha dicho que…
Es una historia muy bonita. Siempre es triste el final de historias llenas de amor.
Enhorabuena por el premio!