Los
berlineses tienen por contrato ver la mayor parte de su cielo sin contaminación
lumínica. Eso explica la penumbra y el poco partido que sacan al lucimiento
nocturno de sus majestuosos monumentos.
Pero
no sólo de contaminación lumínica se preocupan los alemanes. Son una auténtica
referencia en la recogida de envases (no en vano allí se creó el famoso punto
verde).Aunque el sistema allí montado es diferente al que conocemos aquí dado
que, si uno se organiza bien, puede obtener pringues beneficios.
Cada
vez que se compra un envase en el precio ya está incluido un recargo de 15
céntimos. Si se quiere recuperar se tiene que ir a un supermercado, introducir
en el envase una máquina y entregar el ticket expedido por ella en la caja del
establecimiento. Así de sencillo. Además, en el Supermercado nunca van a
preguntar si se compró allí el envase. Este curioso sistema no se les pasó de
largo a numerosas familias de gitanos ¿rumanos? que iban cargadas hasta arriba
de bolsas llenas de envases y cuyos niños introducían más de la mitad de sus
cuerpos en las papeleras en busca de aquellas botellas de plástico que los
turistas depositaban desconociendo que se podía obtener beneficio de ellas.
Esto demuestra que los inmigrantes que llegan a ese país no tardan mucho en
adaptarse a las costumbres y en asumir la filosofía emprendedora alemana.
Pero
no sólo recogiendo botellas de plástico se puede obtener beneficios. En Berlín
también puedes obtener tu recompensa (y trabajo) si eres un chivato. Es decir,
si informas, a título personal, de actos de vandalismo en el transporte
público. La palabra vandalismo en España la asociamos principalmente a
destrozos. Los alemanes, tan cívicos ellos, rebajan el registro y consideran
también vandálico el hecho de colarte en el metro o en el autobús (una cosa que
en España, por otro lado, está visto como un arte).
Y
la verdad, tal y como tienen montado el tinglado, es una invitación en toda
regla a no pagar al pasar por caja. Con ausencia de tornos, sin apenas
revisores (aunque sí potenciales chivatos) y con un billete, muy bonito sí,
pero sin aparente uso, ¿quién no va a colarse? Por cierto, que para validar el
billete hay que hacer un Máster o encomendarse a la ciencia infusa.
Porque
una vez que se detectan dónde están las canceladoras (nada fácil localizarlas)
queda el principal paso: cómo se valida el billete. De primeras intentas buscar
una ranura que te lo marque o al menos te lo agujeree. Cuando crees encontrar una,
resulta que ésta opone tanta resistencia que el billete empieza a doblarse con
lo cual casi va a ser peor el remedio que la enfermedad. Después de tu momento “Martínez
Soria”, te convences en que lo mejor será viajar sin validarlo y que llegado el
punto que aparezca un chivato, le explicarás lo mejor que puedas que eres
turista (español para más inri) que no entiendes nada y que al menos has
comprado el billete, que la intención es lo que cuenta. Pero siempre queda una
bala en la recámara. La más útil, socorrida y comentada en este blog para estos
casos: la observación.
Efectivamente,
te plantas detrás de una canceladora y ves lo que hacen el resto de viajeros
(alemanes, no valen turistas porque estos estarían igual de perdidos que
nosotros) Y entonces todo empieza a cuadrar. Los alemanes no dan puntada sin
hilo y ese gran espacio en blanco que tenía el billete cobra su sentido. Colocando
el billete en posición horizontal debajo de la canceladora, una especie de cédula
fotoléctrica imprime una sucesión de números y letras en el billete (es mejor
abstenerse buscar el significado de dicha combinación)
Ahora
ya sólo queda disfrutar del viaje y hacerte una serie de preguntas. ¿Por qué
los cercanías transcurren por vías elevadas y pasan tan cerca de los edificios
que cualquiera desde su ventana los puede llegar a tocar?¿Por qué la mayoría de
las estaciones de metro sólo tiene un andén y apenas hay que bajar escaleras para
llegar a él?¿Por qué la decoración de los trenes es tan hortera y anuncian, en
el caso de los cercanías, la próxima estación a ritmo de polca alemana? En fin,
sus razones tendrán. A lo mejor los raros somos nosotros.
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