LOS AÑOS VIVIDOS

Las experiencias es la materia de la que se alimentan los recuerdos. El transcurso de los años es una mezcla de buenos y malos momentos que van forjando la personalidad. Nada puede preverse con la suficiente antelación, pues lo inesperado puede aparecer y deshacer cualquier tipo de plan.
Los años forjan, aparte de personalidad, carácter. Nos hacen sentir más fuertes, más descreídos, más invulnerables e invencibles. Es un error. No dejamos de ser seres frágiles acostumbrados a caernos y levantarnos casi constantemente.
Cuando las cosas nos van mal prolongadamente, creemos que no es posible la solución, nos culpabilizamos e incluso llegamos a creer que una conspiración obra contra nosotros.
En el sentido contrario, cuando las cosas nos van bien estamos siempre en alerta esperando en qué momento ese castillo de naipes se va a desmoronar o ese dulce sueño terminar. La cuestión es que, por acción o precaución, nunca estamos completos, siempre creemos nos falta algo.
Tienen que aparecer crisis mundiales para que orientemos el foco y realmente veamos la importancia de las cosas. Ni todo lo que nos ocurre tiene por qué ser malo, aunque no nos guste, ni tiene que ser bueno, aunque no nos lo creamos. Los malos momentos nos dan lecciones que nos sirven de aprendizaje para el resto de nuestra vida. Los buenos momentos suelen ser recompensas a un gran esfuerzo, un premio que nos merecemos.
Al final el paso por el mundo lo alimentarán las experiencias. Quedarán en nuestro recuerdo y en el de las personas que nos acompañaron. Esa es la lección de los años vividos y los que nos quedarán por vivir.

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