EL CLUB DE LECTURA

Ordenando las fotos de un viejo baúl donde guardaba muchos recuerdos, Don Servando encontró una que le hizo alegrarse y entristecerse al mismo tiempo. Era la del día de su jubilación. En ella aparecía una representación de alumnos y compañeros con los que había compartido sus años de docencia.
No estaban todos los que son, pero si eran todos los que estaban. Había una representación variada y variopinta de sus alumnos que felizmente se habían forjado un futuro en la vida. Se sentía orgulloso y partícipe de ese éxito. Pero la foto estaba incompleta: faltaba Luis.
No podía quitárselo de la cabeza. Luis se convirtió en el fracaso que siempre le persiguió. Luis formó parte del Club de Lectura que Don Servando organizó en el colegio. La iniciativa fue voluntaria y, tras un comienzo titubeante, el boca a boca hizo que la propuesta creciera más de lo que él hubiera imaginado. El objetivo era desarrollar el espíritu crítico de los alumnos, que no fueran meramente máquinas de memorizar conocimientos, si no que pusieran estos en duda y desarrollaran pensamientos propios.
El programa de lectura no estaba predefinido, variaba y mutaba en función de los temas que surgieran en los debates que se planteaban después de cada lectura, y también en función de lo que aconteciese en la actualidad. Los alumnos cada vez participaban con mayor entusiasmo, lo cual hizo que Don Servando pasase de ser el moderador a un mero espectador que disfrutaba del crecimiento que experimentaban sus alumnos.
Luis era de los alumnos que se incorporaron más tarde. No estaba muy convencido de la iniciativa, daba la sensación de que apareció por allí por no estar ese tiempo en su casa. Su actitud pasó de pasiva a reactiva gracias a Don Servando. Éste le venía observando desde hacía tiempo y siempre le lanzaba preguntas. Luis al principio se incomodaba, porque su principal objetivo era pasar desapercibido, pero la expresión “bajar los brazos” no estaba en el vocabulario Don Servando y por ello le azuzaba para que éste saltara. A base de tanto pincharle Luis empezó a acostumbrarse a participar en los debates por pura inercia. El objetivo se había cumplido, otro espíritu crítico se había ganado para la causa.
El Club empezó a ganar popularidad, hasta el punto de que Don Servando tuvo que dejar aceptar solicitudes. Agradecía el interés cada vez mayor, pero si aquel grupo crecía demasiado, el debate terminaría siendo inmanejable. Intentó crear otro segundo grupo para no dejar desatendidos a los alumnos que se encontraban en lista de espera, pero el colegio, por falta de disponibilidad, no pudo llevar a cabo su petición. Con todo el dolor de su corazón, tuvo que cerrar el acceso al Club y no se incorporó nadie más. Pero este no fue el único contratiempo que vivió Don Servando con el Club de Lectura. Hubo otro que definitivamente lo hirió de muerte.
No toda la comunidad educativa, y concretamente algunos padres, vieron bien que sus hijos desarrollaran ese espíritu crítico que allí se cultivaba. Consideraban que aquel era un lugar de adoctrinamiento y que, si los alumnos empezaban a tener criterio e ideas propias (y sobre todo si éstas eran diferentes a las que se mamaban en el entorno familiar), podía ser el primer paso para perder a sus hijos. Don Servando siempre había tenido la conciencia tranquila en ese sentido, simplemente exponía un tema y eran los alumnos los que desarrollaban sus pensamientos. Muchos padres no lo vieron así y comenzaron a retirar a sus hijos del Club.
El crecimiento personal de Luis era una de las cosas de las que más orgulloso se sentía Don Servando. Había evolucionado mucho consiguiendo sacar de dentro una personalidad arrolladora con mucho potencial. Poco a poco Don Servando fue conociendo a Luis y entendiendo el apocamiento inicial. El entorno en el que vivía Luis estaba muy desestructurado. La ausencia de su madre debido a una muerte prematura lo condicionaba todo. El padre desbordado por la crianza de tres niños pequeños pasaba la mayor parte del tiempo trabajando, por lo que Luis acababa siendo al mismo tiempo hermano mayor, padre y madre. En la lectura había encontrado un lugar de evasión de esa vida de responsabilidades que por edad no le correspondían.
La lectura le permitía soñar con la idea de tener un futuro diferente al que el obstinado presente se empeñaba en mostrar. La idea de poder revertir las cartas marcadas estaba haciendo crecer su entusiasmo, cosa que se reflejaba en las sesiones del Club: se había convertido con diferencia en el mejor alumno de éste. Eso le enorgullecía más a Don Servando que a él.
Un día el padre de Luis fue a hablar con Don Servando. Le dijo que Luis no podía continuar. En un primer momento fue parco en explicaciones. Si no es por la insistencia de Don Servando, no hubiera dicho las verdaderas razones. Con el revuelo que se estaba generando con la marcha de otros alumnos por considerar el Club como un nido de adoctrinamiento, Don Servando pensó que aquel era otro caso más. Pero no fue así. Luis no sólo abandonaba el Club si no también abandonaba los estudios: Su padre había decidido que se pusiese a trabajar.
Los intentos por parte de Don Servando de convencer al padre de Luis cayeron en saco roto. De la noche a la mañana, Luis dejó de aparecer por el colegio. Nunca volvió a saber de él. A Don Servando aquello le sentó como una puñalada en el corazón. Durante mucho tiempo, no dejaba de pensar lo injusta que fue aquella decisión. Daba igual todos los casos de éxitos que mostraba aquella foto que desempolvó del baúl. El no haberle podido ofrecer una vida mejor a Luis le atormentaba. A veces no se pone el valor que tienen los maestros en la formación de las nuevas generaciones, una figura esencial para que las poblaciones se desarrollen y tengan espíritu crítico.

Comentarios