
Había construido una coraza mental
para que ninguna amenaza externa me desviara del objetivo y así auto-convencerme
de la consecución del mismo. Notaba muy cerca el aliento y el apoyo de mis
seguidores. Ahora más que nunca no les podía fallar. El reto era importante y
la responsabilidad grande, pero me encontraba con fuerzas suficientes como para
llevarlo a cabo.
Arrancaba hojas del calendario
para desear que el gran duelo llegara cuanto antes. Estaba preparado. Los retos
anteriores eran pequeñas batallas ganadas, pero a mí lo que me interesa es ganar
la guerra. En esta ocasión estaba seguro que la ansiedad no iba a poder conmigo
y que era capaz de oponer resistencia.
Y llegó el gran día. Todos los
focos alumbrándome y el público expectante por comprobar si por fin había
alcanzado la madurez. No sólo se trataba de ganar sino de cambiar la jerarquía
y de inclinar la balanza hacia mi lado.
Por fin me encuentro frente a
frente con mi enemigo. Mantengo la mirada firme; la misma mirada que espero conservar
cuando todo termine. Esta vez me he prometido no abandonar el campo cabizbajo. Suena
el pitido y el balón comienza a rodar.
La descarga de adrenalina en esos
primeros minutos es difícil de explicar. Salgo como un depredador directo a la
yugular de mi presa, intentándola asfixiar y paralizar. Ese planteamiento tiene
una rápida recompensa: consigo hacer diana en tiempo record. Todo está
surgiendo a pedir de boca…pero suena demasiado bonito como para tener un final
feliz.
Pensar más con el corazón que con
la cabeza a la larga no es bueno y, si el enemigo es de gran enjundia, más
peligroso todavía. Al igual que los fríos psicópatas, mi enemigo ha sido capaz
de sacudirse del susto del ataque inicial y poco a poco empieza a tender una
trampa para caiga en su tela de araña. Y cuando me quiero dar cuenta, ya me
encuentro atrapado dentro de ella con poco margen de maniobra.
Poco a poco me desdibujo, mi juego
se diluye hasta tal punto que termino persiguiendo sombras imposibles de parar.
Otra vez lo han vuelto a hacer. Cometo continuamente errores y lo que es peor,
no tengo capacidad de respuesta. Me bloqueo mentalmente y, aunque por tradición
y por respeto a la institución que represento nunca lo puedes hacer, indirectamente
bajo los brazos. Finalmente me rindo y deseo que ese suplicio, ese muro
(mental) infranqueable, ese bucle infinito que parece que no va a acabar nunca,
se termine y se borre cuanto antes de mi mente.
Mis sueños han quedado gravemente
dañados y mi futuro bastante comprometido. No lo reconoceré públicamente porque
sería darle más ventaja a un enemigo, el cual me tiene bien tomada la medida. Tan
sólo me queda confiar que esto es cíclico y que algún día tendrá que cambiar la
tendencia. Mientras tanto, tan sólo me queda rezar a la Divina Providencia.
Comentarios
da igual a qué adversario te enfrentes, sólo necesitas unos buenos cimientos donde aposentarte con firmeza...
un beso
Un relato excelente, con una gran carga psicológica.
Saludos decadentes.