Al amparo de la estrella que siempre les sirve de guía, se juntaron para
compartir su cena y sus avatares diarios, una mezcla de monotonía y esperanza de
una mejor vida, donde se entremezclaban proyectos quiméricos con otros tan
sumamente factibles, que era impensable que fueran sueños y no una simple
realidad.
Los caprichos de la vida les había unido indisolublemente hace ya unos
años. Juntos formaban una familia, aún sin serlo. Una familia dedicada a
repartir ilusión a los demás y ya de paso, también a sí mismos.
No estaban donde en su día planearon estar, pero aceptaban con dignidad los papeles que les había
tocado interpretar. Su mejor antídoto para no venirse abajo era vivir una vida
prestada a costa que otros vivieran felices, mostrarse fuertes, aunque el
desánimo y el agotamiento recorrieran todos y cada uno de los recovecos de su
cuerpo.
No consideraban su profesión extremadamente complicada. De hecho,
pensaban que cualquier persona, con un mínimo de responsabilidad y constancia,
la podría llevar a cabo. Es más, muchas veces, la tildaban como una actividad de
lo más simple. Sin embargo, a los ojos de la sociedad, eran insustituibles. Se
hacía impensable que otras personas pudieran llevar a cabo lo que ellos hacían.
En toda esta creencia había algo de místico, lo que a ellos les acababa
provocando un exceso de responsabilidad para no defraudar a las expectativas.
Las expectativas siempre son difíciles de gestionar cuando las cotas fijadas
están tan altas. Si llegas a la cima, a nadie le llamará la atención porque era
lo esperado. Si fracasas en tu intento, la catarata de críticas puede llegar a
ahogarte.
Su trabajo no permitía errores, y en el caso que los hubiera, debían
buscar argumentos para que lo que probablemente sucedió (un posible error
humano) fuera lo más improbable que sucediera. A ellos sólo se les toleraba
hacer milagros, todo lo que no fuera un milagro simplemente no se contemplaba.
Trabajar en un entorno tan extenuante e inasequible al desaliento, tiene mucho
mérito. Hacerlo siempre con buen ánimo y una sonrisa puesta, merece el mayor de
los respetos y admiraciones. Sin embargo, ellos solían huir del elogio dado que
consideraban que tan sólo hacían lo que debían hacer.
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