REYES

Al amparo de la estrella que siempre les sirve de guía, se juntaron para compartir su cena y sus avatares diarios, una mezcla de monotonía y esperanza de una mejor vida, donde se entremezclaban proyectos quiméricos con otros tan sumamente factibles, que era impensable que fueran sueños y no una simple realidad.
Los caprichos de la vida les había unido indisolublemente hace ya unos años. Juntos formaban una familia, aún sin serlo. Una familia dedicada a repartir ilusión a los demás y ya de paso, también a sí mismos.
No estaban donde en su día planearon estar, pero aceptaban con dignidad los papeles que les había tocado interpretar. Su mejor antídoto para no venirse abajo era vivir una vida prestada a costa que otros vivieran felices, mostrarse fuertes, aunque el desánimo y el agotamiento recorrieran todos y cada uno de los recovecos de su cuerpo.
No consideraban su profesión extremadamente complicada. De hecho, pensaban que cualquier persona, con un mínimo de responsabilidad y constancia, la podría llevar a cabo. Es más, muchas veces, la tildaban como una actividad de lo más simple. Sin embargo, a los ojos de la sociedad, eran insustituibles. Se hacía impensable que otras personas pudieran llevar a cabo lo que ellos hacían. En toda esta creencia había algo de místico, lo que a ellos les acababa provocando un exceso de responsabilidad para no defraudar a las expectativas.
Las expectativas siempre son difíciles de gestionar cuando las cotas fijadas están tan altas. Si llegas a la cima, a nadie le llamará la atención porque era lo esperado. Si fracasas en tu intento, la catarata de críticas puede llegar a ahogarte.
Su trabajo no permitía errores, y en el caso que los hubiera, debían buscar argumentos para que lo que probablemente sucedió (un posible error humano) fuera lo más improbable que sucediera. A ellos sólo se les toleraba hacer milagros, todo lo que no fuera un milagro simplemente no se contemplaba.
Trabajar en un entorno tan extenuante e inasequible al desaliento, tiene mucho mérito. Hacerlo siempre con buen ánimo y una sonrisa puesta, merece el mayor de los respetos y admiraciones. Sin embargo, ellos solían huir del elogio dado que consideraban que tan sólo hacían lo que debían hacer.
Se llaman Melchor, Gaspar y Baltasar. Podían ser tres Reyes Magos, pero también tres sanitarios en medio de una pandemia.

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