LOS TIEMPOS DEL BABY


Yo, como ya expliqué con anterioridad, nací prematuro. Eso a lo largo de mi vida me ha acarreado cierto retraso con respecto a mis compañeros. Cuando llevaba baby, babi, babie o cómo se diga, aún no había aprendido ciertas artes que mis compañeros ya dominaban. Teníamos la costumbre de gastar nuestro tiempo de recreo en hacer carreras alrededor del patio. Mi punta de velocidad me granjeaba éxitos en dichas carreras, así que de algún modo, era un pequeño ídolo (¡¡hasta una chica bebía los vientos por mí!!). Pero mi fama se esfumó por un pequeño error que cometí. Bajé de la gloria al infierno, en apenas unos segundos.
Era un día de Otoño y empezaba a hacer frío. No afrontaba la carrera en las mejores condiciones físicas pero aún así confiaba en poder ganar. Estaba congestionado. No podía respirar bien, ni tampoco estornudar para sacar todo lo que llevaba dentro. En estas empezó la carrera; me sentía fuerte y con posibilidades de alcanzar a mi eterno rival, Roberto. El circuito era muy sencillo; totalmente llano, sin dificultades orográficas, consistía en dar vueltas sobre el edificio que albergaba las aulas. La meta era la entrada principal al edificio, en la cual siempre estaba la profesora de turno encargada de la vigilancia del recreo acompañada de.... BERNA.
Berna o Bernarda, era la profesora más mayor que teníamos y todo lo que tenía de vieja lo tenía de mala leche. La temíamos. Pero si hacías las cosas bien y te portabas como un angelito, no tendrías problemas con la abuela del Sargento de Hierro. Yo aparte de tener fama por mis glorias deportivas, también la tenía por ser un niño obediente.Hasta ese día.
La carrera estaba terminando y tenía a Roberto a tiro. Pero a medida que iban pasando las vueltas yo me encontraba peor del resfriado. Tenía unas ganas tremendas de estornudar. En la penúltima vuelta, cuando doblábamos la última esquina y estaba a punto de alcanzar a mi contrincante, un tremendo estornudo me sorprendió. ¡¡Atttchúusss!!. Estaba hecho un cromo, todas mis mucosidades empezaron a brotar. Mi madre, previsora ella, me había colocado un kleenex en la manga de mi jersey. Lo que no había previsto era que yo, a la edad de 4 años, aún no sabía sonarme los mocos y que, cochino de mí, utilizaba para ello la manga de mi babi.
Pero aquella concentración de mucosidades era tan grande, que se iba a notar mucho en mi babi, con lo cual opté por el plan B. B de barrido con la lengua. Bien todo esto lo hice sin dejar de correr. Pero elegí mal el momento para el barrido; pasaba por meta por última vez y no se me ocurrió otra cosa que mirar hacia la puerta de entrada, donde estaban las vigilantes y por supuesto BERNA. La combinación de mirada a la puerta, barrido con la lengua y mirada de Berna hacia mí (aún la recuerdo y me estremezco), terminó con mis huesos en el aula de castigo.

Mi pena: haber sacado la lengua a una profesora.

Mi castigo: haber perdido la carrera y mi reputación de niño bueno. Al menos mi media novia no me repudió por ello.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
No sabes cuánto!!!
Lo bueno es que ahora las puedes ver todas por primera vez. La verdad es que casi me das envidia...
haujavi ha dicho que…
Triste acontecimiento, piensa que al menos eras popular por correr mucho, yo siempre era el último en cosas de correr, de hecho de pequeño me tropezaba bastante corriendo y solía dar con mi nariz en el suelo, pobre nariz mía... ¡Y encima tenías una medio novia! Eras un chico afortunado.