
Cuando aterrizas enseguida te das cuenta que aquello es diferente. Que allí se respira aire limpio y puro no sólo porque llueve mucho (dimos fe de ello) si no porque el parque automovilístico es sensiblemente inferior al que estamos acostumbrados. Pero eso no quita que tu nivel de inseguridad al cruzar una calzada se reduzca, sino que más bien se multiplica por 2.
Tienes que adaptarte y cambiar el chip. Ahora, cuando cruzas, no tienes que fijarte sólo en los coches (la verdad, no circulan muchos), sino en los tranvías y sobre todo, en las bicicletas. Y quien piense que una bicicleta respeta más a un peatón que lo que podría hacerlo un coche, está muy equivocado. La primera toma de contacto con ese entorno es hostil.
Recién bajado del autocar que te ha traído del aeropuerto, tu gen español sale a relucir y con tus maletas a cuesta, tan sólo te faltan las gallinas para emular a Paco Martínez Soria en “La ciudad no es para mí”. El autobús te deja en una mediana y eso es como estar en una isla en medio del Océano, que no sabes muy bien cómo escapar de ahí. Si das un paso al frente, te topas con el asfalto. Hasta ahí bien, porque eso es igual que España. Tan sólo tienes que fijarte que el semáforo se ponga en verde para cruzar. Pero cruzas y ves también que hay un raíl y tienes que estar avispado para darte cuenta que la regulación de los semáforos de los coches es distinta a la de los tranvías. Entonces te empiezas a hacer un lío. ¿Paso o no paso? ¿El tranvía parará porque el semáforo de los coches esté en rojo? ¿Por qué el semáforo de los tranvías es diferente? ¿Por qué se enciende una luz blanca, con forma semi-esvástica, en vez de la luz verde de toda la vida?
Demasiadas preguntas sin respuestas, demasiados razonamientos para una mente que en esos momentos está en “modo vacaciones”. Así que te das media vuelta, y te vas por el otro lado que parece que hay menos tráfico. De hecho, parece una acera. Una acera roja donde la maleta se desliza suavemente. ¡Estos holandeses sí que saben de aceras! Lo malo es cuando oyes un timbre de fondo. Al principio es lejano y no resulta estridente pero llega un momento en el que el sonido se percibe más cerca. Aquello se convierte en el caos. Y tienes que jugártela, pues no es sólo una bicicleta la que viene tras de ti, sino una manada de ellas…y por los 2 lados. En ese momento, tienes que decidir: o la maleta o tú.
Ante esa tesitura te encuentras, cuando compruebas que los holandeses tienen una gran pericia sobre 2 ruedas y te esquivan sin despeinarse. Sales corriendo de la acera roja para no pasar más sustos y al llegar a la acera convencional, un alivio recorre tu cuerpo. Pero el alivio es momentáneo, dado que allí con el tema de las bicicletas no conviene relajarse porque de pronto, por arte de magia, puede aparecer un carril rojo sobre la acera, tú no haberte dado cuenta y vuelta a empezar.
Es curioso observar como la bicicleta allí es, con diferencia, el medio de transporte más utilizado. Da igual que haga sol o que llueva. Incluso en esas circunstancias, algunos demuestran que son unos artistas porque con una mano sostienen el manillar y con la otra un paraguas sin resentirse en ningún momento el control sobre el vehículo. En su haber habría que decirles que, si tantas precauciones toman para no mojarse, no estaría de más que también las tomaran para su propia integridad física, dado que allí nadie lleva ni casco, ni prenda reflectante. Parece que esta gente tiene pinta de ser muy anárquica.
Comentarios
Un abrazo
Me alegra saber que tu blog sigue asi de activo y (así) de bien.
Un beso!
Ángela