Hay
que reconocer que el Tour de Francia tiene un efecto hipnótico entre las
personas. Y no precisamente entre los aficionados al deporte del pedal. Será
por las soporíferas tardes de Julio, por los silencios prolongados de los
comentaristas o por la poca batalla que hay en esas etapas que transcurren en
terreno de nadie, que al final se acaba cayendo en brazos de Morfeo.
En
lo que se concilia el sueño en ese tipo de etapas, a uno le puede dar tiempo a
fijarse en algunos pequeños detalles. Hace unos años llamaba la atención la
multitud de glorietas que se encontraban los corredores en su camino. En su día,
era novedoso ver cómo los ciclistas sorteaban ese obstáculo y en algunos casos
te quedabas impresionado por la ornamentación que tenían algunas de ellas.
Por
lo que se ve, uno no era la única persona que seguía ese tipo de etapas y la
moda de crear glorietas llegó a España hasta el punto de llegar a la más
absoluta saturación de las mismas. Por fortuna o por desgracia, el Tour no se
sigue tanto en Alemania.
Berlín,
en el aspecto de glorietas, es un auténtico páramo. Y no es porque no se
necesiten. Allí funciona una especie de “Ley de la Jungla” donde
sorprendentemente no se producen grandes desgracias.
Quizá
sea cierta su fama de cuadriculados dado que los alemanes circulan por su
carril si desviarse ni un ápice de su trazado. Puede dar lo mismo que
inesperadamente se cruce en su camino un peatón o una bicicleta. Allí no hay
sitio para los dos: o uno u otro. Así que si eres peatón o ciclista tienes que
estar dispuesto y preparado para el quiebro y el escorzo.
Ante
esa tesitura y ante la falta de glorietas, ser conductor y llegar a un cruce ha
de ser un ejercicio de huída hacia delante. Se debe mirar a un lado, a otro y
pisar a fondo el acelerador, sin tener previsto ningún tipo imprevisto.
Con
este particular panorama, si hay una figura especialmente desprotegida en este
entorno, esa es sin duda el peatón. Porque incluso cuando le asiste el derecho
a circular por la vía es decir, cuando el semáforo se torna en verde, no se
puede confiar dado que, debe de haber una ley no escrita sobre el óptimo estado
de forma de los berlineses porque si no, no se explica que el semáforo se ponga
en rojo en menos tiempo que Usain Bolt recorre los 100 metros lisos. En menos
de 9,58 segundos te puedes encontrar, sin avisar porque los semáforos no emiten
ni sonidos ni destellos intermitentes, en medio de un paso de peatones a merced
de unos conductores que no encuentran la palabra “improvisación” en su
diccionario.
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