
También
se posee por defecto el gen de la competitividad, buscar ser mejor que los
demás y a poder ser, llegar a la perfección. Aunque puede que con ello tengamos
que traicionarnos a nosotros mismos.
A
veces un entorno opresivo coarta la libertad, condenándote a vivir en una
cárcel de cristal. Una actitud así puede ser fruto de no reconocer el fracaso
propio e intentar proyectar en otro lo que uno quiso ser y no pudo. Pero
nuestra vida es lo más preciado que tenemos, quizá sea lo único que realmente
nos pertenece y por tanto, no se puede obligar a otro vivir la vida que uno
siempre quiso para sí y que se diluyó como un azucarillo en una taza de café.
Por
otro lado, hay que saber gestionar el éxito y tener presente que habrá personas
que quizás no toleren tu triunfo y que por ello, a falta de una cosa mejor, se
dedicarán a boicotearte sin escatimar esfuerzos, llegando a rebajar su catadura
moral. Hundirte será el triunfo que ocultará su estrepitoso fracaso.
Por
último está la búsqueda de la perfección, la más obsesiva y peligrosa de las
aventuras. Porque no sólo compites contra otros, sino contra ti mismo y si no
te pones límites, puedes llegar a desembocar en la locura más extrema. Conseguirás
la gloria, sí. Pero el precio que habrás pagado por ella condicionará
eternamente el resto de tu vida.
Comentarios
Te invito a que me hagas una visitilla en mi blog :)
Yo me quedo por aquí.
Un beso!
Hace tiempo que lo tengo claro, no se puede repetir...
http://superehore.blogspot.com/2011/08/repites.html