De todos los espectáculos
circenses quizá el más sorprendente, por legendario, por extravagante y por
sorprendente sea el del domador de pulgas. Un arte casi invisible, pero no
exento de mérito, perpetrado por un adiestrador que tiene que lidiar con unos
pequeños seres vivos, aparentemente frágiles, pero a todas luces imprevisibles.

Con semejante expectación se
puede concluir que no todas las personas están capacitadas para adiestrar
pulgas. Se ha de tener un gran conocimiento del medio y altas dosis de comprensión
con respecto a la estrella de la función. En decir, poner a su disposición todo
un equipo para que la pulga se luzca y que nada externo le perturbe. Que se
dedique a lo que mejor sabe y que no se preocupe por lo demás. Una tarea
aparentemente simple pero que en realidad está llena de obstáculos.
Se trata de llevar a cabo un
juego de suma cero: tú ganas, yo gano. Al fin y al cabo, el domador de pulgas es
ambicioso y también se juega su prestigio. Reviste sus palabras de humildad y
de apoyo al equipo pero en el fondo, y esto es consustancial a todo ser humano,
busca su propia satisfacción y su propio éxito. Por ello, cuando se ha
conseguido ofrecer el espectáculo más brillante y exitoso, una mera referencia
a una posible marcha del director de orquesta puede causar estragos en un
equipo de trabajo donde todo ensambla a la perfección.
Pero en el fondo puede que se
trate de una estrategia. Una maniobra para evitar la relajación cuando ya han
aparecido los primeros síntomas de hastío, cuando ya cuesta más conseguir la
excelencia y cuando tu competencia ha
mejorado tanto que ya te disputa el Cetro. Cuando se ha ganado tanto y las
emociones han sido tantas y tan intensas, la posible marcha del máximo
responsable de ese éxito puede provocar un desamparo tan grande, que el equipo
pueda llegar a creer que ese vacío no se podrá suplir con títulos en el futuro.
La otra estrategia para levantar
el ánimo es apelar al orgullo. Recordar, en tiempos difíciles, de dónde se venía
y por qué se ha logrado lo que se ha conseguido. Y dar un toque de atención a
los que los creían por muertos haciéndoles ver que, a día de hoy, continúan
estando en la cúspide. Está quizá sea la última bala para desestabilizar al
contrario. A veces, con un único y
certero disparo puedes eliminar a tu
contrario. Con una pulga por medio cualquier cosa puede ocurrir.
Comentarios
Saludos decadentes.
Un abrazo
la primera vez que entré en un Circo, allá por el pleistoceno, cuando los animales salvajes que había en él, eran de los con ganas de rugir y todo eso... pues la primera actuación fue la de un domador de pulgas (siento este flashback de abuelita)
volvamos a las pulgas,
a mi me parece que han perdido el norte de vista, que si enfocaran sus prismáticos hacia la tierra, ni que fuera por unos segundos, se darían cuenta de lo afortunadiiiiiiiiiiiisimas que son, se les pasaría la mitad de sus estupideces, sospecho que incluso se aplicarían más en saltar y picar...
un beso