La
primera impresión que tiene uno en Praga es si realmente se encuentra en una
ciudad o en cuatro diferentes donde el río Moldava y sus innumerables puentes
hicieran de nexo de unión.
Poco
a poco cuando vas adentrándote en esta atractiva ciudad vas percibiendo ciertas
características y particularidades sobre el pueblo checo. En primer lugar, te
das cuenta que es un pueblo muy en forma, donde la obesidad brilla por su
ausencia. Prueba de ello son los pasos de peatones ultrarápidos que tienen
instalados en varios puntos de la ciudad. Salvo que seas Usain Bolt, es casi
imposible que cuando los termines de cruzar el monigote esté en verde, así que
te quedas en menos de nada a merced de los tranvías y los vehículos checos.
Menos mal que, aparentemente, tienen más paciencia que los conductores
madrileños, porque si no serías hombre muerto. Otra prueba que en esta ciudad
se practica mucho el deporte es la amplia flota de carteras ciclistas. Parece
que ese no era un trabajo reservado para hombres.
En
cuanto a idiomas, claramente el inglés es su segunda lengua. Era fácil hacerse
entender en ese idioma y casi era mejor que así fuera dado que, cuando
detectaban tu origen y se esforzaban en hablarte en castellano (un gesto muy
loable, por cierto), veías que tenían un poco de batiburrillo con nuestro
idioma. Realmente ellos creían que te estaban hablando en castellano cuando en
realidad lo hacían en un italiano francamente chungo. En algunos momentos se
podía llegar a creer si el problema era más cultural que idiomático, más cuando
allí a Julio Iglesias lo llaman Don Juan. A lo mejor es que se han quedado un
poco desfasados en nuestros referentes en el tema de la seducción y no conocen
a José Coronado o a El Duque.
Praga
es una ciudad eminentemente turística por tanto, el trato a sus visitantes es
bastante bueno. Eso no quita que, como todo el mundo, tengan sus
particularidades. Por ejemplo, el tema del agua. Da igual que tú lo intentes
por tu cuenta, si no andas rápido un camarero/a te servirá agua en tu copa
siempre que lo necesites. Está bien que eso se haga, pero con una primera vez
basta dado que puede haber equívocos y un leve gesto de acercamiento a la copa
(sin intención de rellenarla) puede acabar con que tengas que beber agua,
quieras o no quieras. En algunos momentos te puede llegar a poner tenso saber
que tienes a una persona detrás pendiente de tus movimientos. Contrasta este
derroche de agua con el ahorro en otro tipo de bebidas por ejemplo, refrescos.
Deben de estar cotizando al precio del petróleo porque si no se entiende que si
una avispa glotona decide compartir contigo el refresco zambulléndose en él, el
camarero/a de turno no te lo cambie por otro e intente, infructuosamente, sacar
con una cucharilla a la pariente alada de Michael Phelps. Ante la negativa del
cambio, la avispa acaba ganando y disfrutando ella sola del líquido elemento.
¿Será una especie protegida? En fin, que cuando te vas y pides la cuenta,
empieza otra dialéctica con el servicio de hostelería. Todas las facturas
tienen su explicación por parte del camarero/a. En ellas se desglosa, el coste
de los productos consumidos, los impuestos incluidos y por último, la propina
que, en el caso del episodio del refresco, se la podrían haber dado a la avispa
por espabilada.
Con
el tema de los cuartos baños, decididamente en España debemos ser un verso
suelto e ir claramente por detrás (o por delante, nunca se sabe) de Europa.
Después de haber pasado muchas vicisitudes en otros países con este tema (http://pedalier.blogspot.com.es/2011/10/berlinaleii-el-hombre-de-la-bata-blanca.html)
, casi siempre resueltas con dinero, aquí te puedes encontrar con
dos tipos de obstáculos. Uno, físico porque de camino al baño tengas que
sortear un torno (¡como para ir con una prisa!) Una vez más, este obstáculo se
pasa soltando pasta. El otro obstáculo, va más relacionado con la tecnología y
el conocimiento. En España, que uno recuerde, tenemos dos sistemas de secados
de manos: el aire caliente o el papel. Pues en Praga hay una tercera vía. Bajo
la apariencia de un secamanos se escondía un artilugio hasta ahora desconocido
para quien escribe estas líneas. Tras un buen rato poniendo las manos abajo
esperando que saliera aire, de buscar en el lateral de dicho aparato alguna
palanca que activara el mecanismo, decides irte con las manos mojadas y cuando
le estás dando la espalda al aparato, éste emite un ruido. Lo primero que
piensas es que al menos no estaba roto como podía pensarse en un primer
momento. Vuelves a hacer una inspección a ese cacharro y no ves por dónde
atacarlo. Lo dejas por imposible y reemprendes la marcha cuando, otra vez,
vuelves a escuchar un ruido similar al de un carrete enrollándose. Ya por amor
propio, decides investigar qué está pasando, por qué semejante aparatejo te
está tomando el pelo. Incluso llegas a pensar en desmontarlo para descifrar su
secreto. Y en el momento más inesperado se enciende una lucecita roja y el
aparato te dispensa automáticamente una toallita de papel dispuesta a ser
rasgada milimétricamente. Lástima que ya para aquel entonces, se tengan las
manos secas.
En
definitiva, cada vez que uno conoce mundo se da cuenta que cada país-región
tiene sus particularidades, ni mejor ni peor que las nuestras, simplemente
diferentes. Ahora bien, aunque los checos demostraron ser encantadores,
conviene no enfadarles dada su tendencia por defenestrar (tirar por la ventana)
a la gente. No andan mirando ni estado ni condición, ni sería la primera que lo
hiciesen.
Comentarios
Precioso.
Un abrazo :)