Una
de las cosas que más llama la atención cuando se viaja al extranjero es entrar
a un urinario público. La figura de la señora esperando la propina en la puerta
de entrada no se posee en España. En un país dónde la persona que estafa al
Estado (y por extensión al resto de ciudadanos) es considerado como un héroe,
pagar por evacuar aguas menores (o mayores) no tiene sentido.
Por
tanto, el español cuando viaja al extranjero y se topa con una señora y un
cestillo a la puerta del WC, intenta esquivarla e ignorarla por todos los
medios. Lo que ocurre es que estas recaudadoras se sitúan tan estratégicamente,
que es casi imposible librarse de ellas. Así que o pagas, o sales del servicio
como un moroso bajo una lluvia de improperios lanzados por esa buena mujer.
Uno
entiende que esta persona esté en cafeterías o restaurantes, pero nunca te la
esperas encontrar en el vestíbulo de tu Hotel. ¿Por qué si ya has pagado por tu
estancia? En ese momento sale a relucir el gen picaresco que todo español lleva
dentro y comienza la operación “No más pagar por mear”.
Empiezas
a darle vueltas a la cabeza intentando buscar el “garito tipo” en el que tengas
la certeza que no vas a tener que desembolsar dinero. Como estás en un país
extranjero y no dominas el entorno, intentas extrapolar a esa situación a
España. Y pronto caes en la conclusión que, tanto en la Península Ibérica como
en el extranjero, tan sólo hay un lugar donde no te van a pedir explicaciones
por utilizar su retrete (más que nada porque ellos tampoco están en condiciones
de darte muchas explicaciones sobre a lo que se dedican). Hablamos de los
restaurantes de comida rápida.
Así
que raudo y veloz te diriges hacia la puerta de los servicios y cuando la
abres, una pequeña satisfacción recorre tu cuerpo: no hay señora a la vista.
Esta alegría, como en la casa del pobre, dura poco porque de pronto te topas
con un hombre con una bata blanca y, dado que en este tipo de sitios mucha
inversión en I+D no hay (tienen ya todo inventado), pronto deduces que en ese
WC no hay doncella, sino doncel, esperando su propina.
En
un principio y no exento de tensión (las batas blancas siempre infunden un poco
de respeto), intentas ignorar al individuo e ir a lo tuyo. Pero no hay que
subestimar a este tipo de criaturas, dado que pueden tener sembrado de minas el
camino hacia el retrete. Y antes que hayas conseguido darle esquinazo, te tropiezas
con la primera trampa. Esa es la razón por la cual te encuentras entre 2
puertas donde ninguna de ellas delimita cuál la entrada para damas y cuál es
para caballeros.
Hay
muchas personas, sobre todo mujeres, a los que este tipo de detalles no les
importa y entran sin ningún tipo de reparo aunque esa no sea su puerta. Pero si
en ti no reside esa osadía, no te queda otra que comerte tu orgullo y
preguntarle al amigo de la prenda blanca. Éste, acostumbrado a que
constantemente le hagan misma pregunta (como si él no hubiera fomentado la
confusión), te resuelve la duda en menos que canta un gallo.
Esa
situación te genera inquietud y hace que no evacúes con la tranquilidad
exigida. Pero tu gen picaresco resiste y aún sigues pensando en cómo salir de
allí sin pagar un céntimo. Iluso de ti. Aún quedan más trampas en el trayecto.
La siguiente es saber cómo secarte las manos. Descartada la opción del papel,
por no encontrar ningún rollo o similar, tan sólo queda la alternativa del
secador, alternativa que tiene su intríngulis: ¿cómo funciona un secador sin
sensor y sin botón? Tranquilo, antes que hayas tenido que ir a preguntar al
buen hombre, él ya se ha acercado a tu sitio y ha hecho funcionar el aparato
(no se sabe muy bien cómo).
En
ese momento intentas alargar al máximo el período de secado de manos, aún con
el riesgo de poder quemarte la yema de los dedos, asomándote constantemente a
la puerta intentando buscar algún instante de relajación o distracción del
individuo del cestillo. Pero éste, como los buenos toreros, espera el envite
apenas moviéndose en el espacio que le concede una baldosa.
Además
hay otro problema: todo hijo de vecino que entra, paga. En ese momento tu gen
picaresco se evapora y emerge el de la vergüenza torera. Así que te rascas el
bolsillo, echas mano de los pocos céntimos que te quedan y los depositas en el
cestillo del hombre de la bata blanca. Todo sea por la Fundación y el payaso de
esa cadena de restaurantes al que por cierto, nunca le has visto inaugurar
ningún colegio. Pero esa es otra historia.
Comentarios
En fin, constumbres extranjeras... al final te toca acostumbrarte o "escabullirte" ;)